Edward Herbert Thompson, a quien se le deben los hallazgos en el cenote sagrado de Chichén Itzá, fue un hombre obstinado y contradictorio, quien luego de su importante descubrimiento fue acusado de vender estas piezas arqueológicas de contrabando al Peabody Museum, sitio en donde todavía se conserva la mayor parte de los objetos.
Edward Herbert Thompson (Massachussets 1857 – New Jersey 1935) imaginaría las costumbres de la civilización maya aún antes de conocerlas a profundidad. Inspirado por los populares libros de arqueología de John Lloyd Stephens, editados hacia finales del siglo XIX, abandonó sus ocupaciones para dedicarse de lleno al estudio de esta cultura precolombina, de la que extrajo pruebas irrefutables de sus costumbres.
A los 22 años publicó un artículo en la revista Popular Science Monthly donde aventuraba, a partir de sus lecturas y sus observaciones de los monumentos mayas que había visto en fotografías, que el lenguaje arquitectónico de esta cultura era la prueba de la existencia remota del continente perdido de la Atlántida.
Su extravagante teoría atrajo la atención de otro excéntrico, el Barón Stephen Salisbruy III, heredero millonario y benefactor de la Sociedad Americana de Anticuarios, que pronto incluyó a Thomspon entre sus filas y le persuadió de mudarse a la Península de Yucatán, de manera que pudiera estudiar las ruinas y comprobar su teoría.
El entonces senador por Massachussetts, George Frisbie Hoar, quien pertenecía a la misma sociedad, recomendó a Thompson como cónsul de los Estados Unidos en Yucatán.
Fue así que Edward Herbert Thompson tuvo su primer acercamiento real a la cultura maya. En 1894 adquirió la hacienda Chichén Itzá, ubicada a un costado de las entonces poco exploradas ruinas arqueológicas y contigua al gran Cenote Sagrado. Desde esa fecha y durante más de 30 años, Thompson dirigió desde ahí sus investigaciones arqueológicas.
Luego de estudiar los escritos de los evangelizadores de la colonia, Thompson dedujo que en el fondo del Cenote Sagrado habría valiosos ornamentos con los que fueron ataviadas las personas sacrificadas. Para llegar al fondo del cenote (de 60 metros de diámetro y 22 de profundidad), Thompson tuvo que desarrollar un aparato de buceo que soportara la presión del agua y la baja temperatura. Volvió a los Estados Unidos, aprendió a bucear, consiguió entre sus amigos los recursos que necesitaba, y puso el material adquirido en una embarcación rumbo a México.
Ya en Yucatán, capacitó a algunos mayas de la zona para ayudarle en lo que parecía una aventura sin sentido. Luego de un mes de búsquedas fallidas, él y su equipo comenzaron a encontrar vasijas, ornamentos y lanzas de jade y obsidiana. Pero Thompson ansiaba llegar a la parte más profunda del Cenote Sagrado.
Buscó la ayuda de un buzo griego que vivía en las Bahamas. Junto a él, a los 50 años, el propio Thompson se sumergió en la profundidad de las aguas y en la oscuridad, teniendo como única herramienta el tacto encontró discos de oro y jade, representaciones de dioses y esqueletos humanos. Con ese descubrimiento, Thompson puso de nueva cuenta la exploración de la cultura maya entre los intereses de los arqueólogos del mundo, pues comprobó que los mayas realizaban sacrificios humanos.
En 1910, Thompson dio por terminadas sus exploraciones del cenote. Pero su reputación quedó manchada irremediablemente: a los pocos años de que abandonara sus investigaciones, se descubrió que muchos de los utensilios que había recuperado del Cenote Sagrado, fueron vendidos de manera sigilosa a través de los canales diplomáticos al Peabody Museum, que aún conserva la mayor parte. Algunos otros, fueron conservados por algún tiempo por el propio Thompson, quien después los repartió como regalos entre sus amistades cercanas.
Luego de que T. A. Willard publicara la biografía de Thompson, “In the city of sacred well”, en 1926, el gobierno mexicano ordenó clausurar la hacienda Chichén Itzá, expulsó a Thompson del país y le acusó de tráfico de piezas arqueológicas. El explorador estadounidense, se mudó entonces a Plainfield, Nueva Jersey, desde donde escribió las memorias de su aventura en el Cenote Sagrado (People of the serpent). Murió en 1935.
La hacienda de Chiché Itzá fue vendida en una “ganga” a la familia yucateca Barbachano, en una parte del terreno en la que actualmente se asienta un hotel de lujo. Entre las piezas más preciadas que Thompson recuperó del Cenote Sagrado se cuentan figuras como la Venus maya, el Templo de las Columnas Pintadas y el Mausoleo del Gran Sacerdote.
Con información de la página revistayucatan