En la puerta principal puedes observar -además del escudo de la orden de los franciscanos-, MDLX, pues fue en este año que se concluyó la construcción y se bendijo, a manos de Fray Hernando de Guevara, Francisco de la Torre y Fray Juan de Mérida. Pero fue en 1522 que se inició la tarea de erigir este sitio que alojaría a los primeros franciscanos en Yucatán que venían con el fin de evangelizar a los mayas e imponer los dogmas del catolicismo en una nueva cultura emergente, fruto del choque entre dos diametralmente opuestas.
Es en Sisal -una contracción del maya Ziiz-há, que significa agua fría- donde esperan silenciosos los restos de este convento que en un tiempo fue el punto de inicio de la fe católica en el Yucatán antiguo. Los 14, 121 metros cuadrados constan en sí, de la iglesia -que en un principio era llamada Iglesia de San Francisco-, el atrio, el ex convento, la huerta y la capilla. El largo corredor de arcos en la fachada, tiene una anchura de 50 centímetros. En el interior de la iglesia, hay una figura de Santa Teresa de Jesús y una imagen de la Virgen de la Dolorosa, que debajo tiene una pintura de madera con una representación de la Anunciación y Concepción del Padre Eterno y la Virgen María. Detrás de estas figuras, mientras se hacían trabajos de restauración, un sacerdote descubrió en 1978, unas pinturas de autor desconocido de las cuales, no se sabe el motivo por el que fueron ocultadas, pero que se sabe fueron hechas durante en siglo XVI.
En 1613 fue terminada la noria del convento de 14 metros de diámetro, que servía para extraer agua del cenote más cercano.
Fue hasta el año 1775 que se ordenó la secularización de la iglesia precedido por el presbítero Josef Prudencio Domínguez, por indicaciones del Obispo Ignacio de Padilla y Estrada.
De esta manera fue que empezó la decadencia de estos edificios magníficos, y que ya durante la Guerra de Castas (1847-1901) sufrió estragos irreversibles y grandes saqueos que repercutieron en el deterioro progresivo de su esplendor.