Cuentan los viejos sabios que, hace muchos años, en un pueblo del Mayab, habitaban dos hermosas mujeres de atractivo sin igual. Vivían solas en dos pequeñas palapas -una enfrente de la otra-, sólo separadas por un estrecho camino blanco que atravesaba el pequeño pueblo. Una era llamada Xkeban, una joven cuya belleza era equiparable con su gran corazón. Era auxilio de los enfermos, a quienes cuidaba con devoción, de la misma manera en que daba asilo a quien no tenía hogar y no tenía deparo en regalar un hogaza de pan a los hambrientos, aunque ella se quedara sin comer. Sin embargo, Xkeban daba rienda suelta a sus impulsos pasionales, pues ella amaba a todos los hombres por igual y se dejaba amar por ellos en todo momento. Por esta razón, sus vecinos y demás habitantes del pueblo, sentían cierto desprecio por ella y la trataban con desdén. Murmuraban a sus espaldas comentarios ofensivos y se decía muchos chismes infundados. Por el contrario, la mujer que vivía en la casa de enfrente, Utz-Colel, era una mujer que todos respetaban por su rectitud y comportamiento virtuoso. Se decía que sus labios no habían sido tocados por ningún hombre y sólo salía de su casa para hacer sus deberes o en ocasiones necesarias. Pero ocultaba un corazón frío y una personalidad orgullosa, incluso un poco cruel. Su hermoso físico contrastaba terriblemente con el alma dura que albergaba. En fin que cada una vivía opuestamente y no se atravesaban en el camino de la otra mientras pudieran evitarlo.
Un día, mientras que la bella Utz-Colel cepillaba su larga y oscura cabellera, escuchó una mezcla de voces angustiadas en la calle que daba al frente de su casa. Dejó el cepillo sobre su mesa y se asomó para averiguar el origen del disturbio. Unas personas que pasaban por ahí, se sintieron atraídas por un fuerte olor a flores que venía de la casa de Xkeban, el olor era tan intenso y delicioso que se asomaron por la ventana de la casa. La sorpresa fue grande para ellos cuando vislumbraron el cadáver de la bella joven en su propio suelo. Asustados, le contaron a quienes pasaban. Como la joven no se había ganado el aprecio de sus vecinos, ellos creían el cuerpo inmundo, por los muchos pecados que cometió en vida y su muerte tan repentina, así que ninguno de los que estaban presentes tuvo el valor de darle el entierro que merecía. Sólo aquellos a quienes había ayudado -los enfermos y los desafortunados-, colaboraron entre ellos para darle un buen entierro. El delicioso olor seguían impregnando al pueblo e impresionando a todos, menos a Utz-Colel, quien declaraba que si alguien como Xkeban exhalaba semejante olor, entonces ella olería mil veces más agradable.
Pero al día siguiente, para sorpresa de todos, Utz-Colel amaneció sin vida también, y de su cadáver, escapaban los olores más fétidos y asquerosos que nadie pudiera soportar y por eso la tuvieron que enterrar inmediatamente.
De la tumba de Xkeban, brotó una nueva flor llamaba Xtabentún, que los mayas usaban para preparar una exquisita bebida cuya receta legaron a sus descendientes. Por otro lado, de la tuba de la Utz-Colel brotó una espinosa planta conocida como Tzacám, que, como ella, no permitían que nadie se acercase porque podría ser lastimado por sus espinas.
El alma de Utz-Colel llegó por fin a las profundidades del Xibalbá, debajo del enorme árbol de la ceiba y buscó entre los dioses que lo habitaban a los más corruptos y malvados. Ella les dijo que en vida su orgullo no le permitió amar a ningún hombre, y, en consecuencia, había llevado una existencia solitaria y desdichada. Les imploró que le dieran la oportunidad de regresar a buscar a un hombre para amar en el mundo de los vivos, pero estos espíritus, famosos por ser defraudadores, le concedieron su petición bajo ciertas condiciones…
Utz-Colel emergió de las raíces de la ceiba con una nueva forma, su hermoso cuerpo se veía deformado por un pata de chivo y otra de gallo que suplantaban a sus piernas. Y su alma, para siempre marchita, ahora se conducía por los caminos oscuros y desolados en busca de un hombre que la ame por toda la eternidad. Ahora todos la conocen como la Xtabay, la misteriosa mujer de belleza cruel que atrae a los hombres que caminan solos por los caminos del Mayab. Una vez que sus enormes y vacíos ojos negros los hipnotizan, no se vuelve a saber nada de ellos.
Esta es la leyenda de la Xtabay, la mujer que conduce a los hombres imprudentes a su perdición segura y que no dudará de tomarte a ti, si te ve caminando solo en los caminos de Yucatán…