Los árboles de chacá eran iluminados con la dorada luz de la séptima luna del año. Las sombras se movían con el viento, y los susurros viajaban en él. Plantada en una rama vencida por el peso, una enorme lechuza, pálida como la luz de las estrellas asechaba con ojos vigilantes a su alrededor. De repente, un chillido estridente procedente de su garganta desgarró la paz de la noche. Su largo cuello se estiraba con fuerza de lado a lado. Lloraba y lloraba. Algo crujió debajo de un enorme árbol de ceiba que tenían en frente y la lechuza guardó silencio, abrió las alas y se elevó al cielo. Dio siete vueltas alrededor del árbol y sus ojos vacíos se dirigieron de nuevo al tronco de la ceiba. Descendió lentamente, con las alas aún abiertas se posó frente al gran árbol. La lechuza comenzó a gritar de nuevo, pero era un grito diferente, había dolor en él. Su largo cuello se retorció de nuevo, y su cuerpo entero sufrió de convulsiones en el suelo. Poco a poco, la lechuza se convirtió en un enorme bulto emplumado informe. Seguía llorando cuando las plumas se le cayeron una a una, dando paso a una piel morena y arrugada. En un último grito estridente, una vieja bruja tomo el lugar de la lechuza. Jadeante, la mujer dejó caer las últimas plumas con una sacudida de su larga cabellera blanca. Su cuerpo desnudo, iluminado por los reflejos lunares, estaba cubierto de tatuajes que perdían forma con las grietas y los pequeños pliegues que la surcaban toda. Se puso de rodillas frente al árbol sagrado y sin decir nada metió una mano en una pequeña cavidad entre las raíces. Tanteó, y con ayuda de la otra, sacó un huevo oscuro de gran tamaño. La bruja se puso de pie, lentamente sin apartar de su vista el huevo. Entonces girándose, lo elevo hacia la luna para que sea iluminado, a modo de gratitud.
La bruja caminó a través del monte con el huevo entre los brazos, procurando que el huevo no sufra de los movimientos bruscos del camino accidentado. En diez minutos, se encontraba frente a una palapa tan vieja y decadente, que incluso en el viento, tan débil en aquellos días, la movía a voluntad.
La bruja entró, y encontró su bata blanca en el suelo, justo donde la había dejado. Dejó al huevo en la mesa, dentro de una jícara para que no se cayera y se vistió. Tomó el huevo, lo arropó con unos trapos viejos y se dejó caer cansada en el montículo de hojas de guano y trapos que tenía en la esquina más caliente de su palapa.
Pasaron siete días y siete noches después de aquello. La vieja bruja vivía sola y aislada de todo Kabah, el pueblo al que pertenecía. Pero la gente acudía a ella por remedios para dolencias comunes, o curas para heridas mortales. Todos la respetaban, sin embargo, muy en el fondo le temían. Por ello, cuando los rumores de un extraño huevo en casa de la anciana bruja llegaron a los oídos de los pobladores, la gente dejó de acudir. Sabían que se transformaba en una lechuza y temblaban ante la idea de qué pudiera salir de semejante aberración.
A la séptima noche, tal como lo había presentido el huevo comenzó a moverse, primero lentamente, luego con insistencia. Hasta que se empezó a agrietar, la bruja lo miraba con una ternura oscura y unos deditos morenos empezaron a abrirse paso a través de el cascarón. Cuando ya no quedaba más que pedazos del huevo, un pequeño bebé con la cabeza más grande que su cuerpo estaba ahí mirando expectante a la bruja. Ella lo tomó de la mesa, daba en sus dos manos. Y fue así como llegó a nuestro mundo el enano que había de reinar Uxmal.
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El enano creció solo, con la bruja, aprendiendo sus trucos, pero conviviendo con todos los animales que se acercaban a la casa. Un día, iba sobre un veloz y nervioso armadillo en el bosque. El enano era ya muy travieso por ese entonces. Antes de que pudiera darse cuenta, un enorme jaguar se les atravesó en el camino, y el armadillo, aterrorizado, dejó caer al enano. El jaguar salió detrás del enano que con un esfuerzo antinatural le llevada apenas unos centímetros de diferencia. Fue en ese momento que vio muy cerca, un árbol de Chechén, con ramas lo suficientemente bajas como para permitirle trepar. Con toda la velocidad de la que fue capaz, se impulsó hacia adelante y alcanzó una rama. Pero no fue suficiente. El Jaguar, lo alcanzó en ese mismo instante, e intentando darle un mordisco, lo lanzó hacia un lado. Con ojos voraces, se le acercaba al enano, y en el momento en que se lo iba a devorar la bruja apareció en medio de ellos y con un hechizo espanto al jaguar que huyó despavorido. La bruja no lo notó en ese momento, pero el enano se prometió que jamás volvería a sufrir por su corta estatura. Algún día yo seré grande como los Halach Uinic, se dijo.
Una mañana, olvidado el incidente del jaguar, el enano -cuya curiosidad no tenía límites- atisbó un pedazo de madera en una esquina de la palapa de la bruja. Se acercó a paso lento. Pero ya no pudo más y en minutos desenterró un Tunkul. Sin pensarlo dos veces, tomo una vara del suelo y lo golpeó con todas sus fuerzas. El sonido del Tunkul llegó hasta la gente de Uxmal que, asustados, le contaron a su Halach Uinic lo que habían oído.
El Halach Uinic, sabía lo que eso significaba. Una vieja predicción de una bruja lechuza corría por los pasillos de la enorme ciudad. “Llegará el día, durante tu reinado, en el que un sagaz hombre toque el Tunkul con tanta fuerza que el temblor enviará lejos toda la fortuna de tu pueblo.” Y temeroso de lo que fuera a pasar, el Halach Uinic mandó a la bruja fuera de la ciudad, a Kabah. De manera que cuando el Tunkul se hizo escuchar en cada piedra de Uxmal, el monarca no tuvo más que mandar a un grupo de guerreros con un emisario con la bruja.
La bruja encontró al enano con las manos en la masa, escuchó al Tunkul desde el corazón de la selva y voló tan rápido como pudo para encontrarse con lo que ya sabía que iba a encontrar. El enano con una sonrisa descarada le atravesaba el rostro. No tuvo tiempo de regañarle, porque el sonido del caracol anunció la llegada de los guerreros más imponentes que jamás habían visto.
-Venimos por aquel que tocó el Tunkul, el Uinic quiere que le revele lo que le le sucederá a su pueblo.
El enano, astutamente, replicó:
-Si el Uinic quiere una respuesta, tendrá que cumplir con mi condición primero.
Los guerreros se miraron unos a otros al darse cuenta que fue el enano quien tocó el Tunkul. Pero como el Halach Uinic había ordenado expresamente que le llevarán al responsable, decidieron hacer lo que les dijo. La condición era crear un camino que conectara Uxmal con Kabah, y así lo hizo cumplir el Halach Uinic. Una vez listo, el guerrero principal hizo ir al enano a Uxmal.
Cuando hubo entrado a la ciudad, vio todo lo que se había perdido la vida entera. Niños corriendo de lado a otro, perros lampiños persiguiendo pavos. Mujeres hermosas con cabelleras largas y oscuras, tatuadas y con tantos adornos en el cuerpo de piedras hermosas, también.
El enano se enamoró de Uxmal y es esplendor de las magníficas construcciones, que ascendían metros y metros hasta que el sol te cegaba de lo altas que estaban. Cuando se presentó ante el rey, su imponente figura no el intimidó, pues había urdido un plan de camino al palacio.
-Dime enano, ¿qué planes tienes para destruir mis palacios?
El enano sonrío y le dijo con una sonrisa enigmática:
-Se lo diré todo al gran Uinic, pero antes el debe concederme el honor de enfrentarse conmigo a una pequeña prueba. Sólo entonces, la respuesta se le será revelada.
El Uinic aceptó arrogante. Pues un enano no era enemigo en fuerza para él.
-Que así sea-dijo.
El reto consistía en romper con la cabeza el fruto más duro que se conocía: el cocoyol
El enano, que había nacido con el cráneo más grande y resistente que cualquiera, lo logró al instante. El cocoyol se separó en tres partes que salieron volando a quién sabe dónde. Pero cuando el Uinic, que creyó podía hacerlo mejor, lo intentó, el que salió con la cáscara rota fue él. El cocoyol le quitó la vida al gran Jefe Supremo, y quien quedó en su lugar fue aquel quien le ganó en el reto.
Fue así como el enano se convirtió en Jefe Supremo de Uxmal, donde por un tiempo gobernó con honor y justicia, pero los excesos lo rebasaron y el poder lo cegó con avaricia. El enano llevó a la ruina a Uxmal, la convirtió en ruinas, la gente tuvo que buscar mejores oportunidades en las ciudades vecinas. Y del enano nada se supo después.