Cuando vas caminando por las calles de cualquier localidad en la Península, es común toparse cada cinco minutos con una mujer vestida orgullosamente con su huipil, ornamentadas con una peineta en la cabeza y alguna que otra con flores en el cabello. Y a pesar que el huipil se aprecia por sí solo, debido a la belleza de los tejidos y lo llamativo de los colores, sus elementos por separado tiene su propia magia.

El rebozo, esa prenda suave de forma rectangular que se atraviesan en los hombros, o alrededor del cuello, tiene una importancia que muy pocas veces valoramos. Ya desde la época de la colonización, los cronistas notaron su aparición en la vestimenta de las mestizas y dieron testimonio de ello en los textos que nos legaron. Las indígenas lo llamaban ciua nequeatlapacholini que quiere decir “como toca de mujer o algo semejante”, aparece en el Vocabulario de Molina, en 1555. Una teoría dice que el rebozo llegó de la India, a través del Galeón de Manila y que fue adaptado por la indígenas mexicanas a sus propios gustos y necesidades. Existe también, otra teoría que dice que, es una derivación del ayate indígena, hecho de una fibra de mamey, llamada ixtle, y que les servía para cargar cosas o llevar a sus niños pequeños en la espalda. De igual manera, se habla que en un principio, surgió como una prenda obligatoria para que las mujeres pudieran entrar a las iglesias, por petición de los sacerdotes. Sea cual sea el verdadero origen del rebozo, es cierto que es importante para la cultura del país y parte de nuestra identidad cultural.

Los hay de todos los estilos, colores y texturas. Y tejerlos es más un arte que un trabajo, no por nada es común ver en las tiendas de artesanías estas prendas elegantes que maravillan a las mujeres extranjeras. Los pocos retratos de Josefa Ortiz de Domínguez, personaje importante en la Independencia de México, la muestran ataviada con un rebozo acompañando su expresión severa. Ya en el siglo XX, una de las mujeres más emblemáticas y trascendentales en México, usaba el rebozo como una prenda indispensable de su vestimenta. Estoy hablando de la pintora Frida Kahlo, quien se autoretrató en más de una ocasión portando la elegante prenda, que usaba casi todo el tiempo.

Hoy en día, el uso del rebozo ha disminuido considerablemente y las mujeres que los usan son una minoría en comparación con los siglos anteriores, sin embargo, para ocasiones especiales, las mujeres -sobretodo las que viven en zonas con cultura indígena más predominante que en otros lugares-, lucen esa bella pieza, ya sea con el huipil, con piezas similares o combinado con ropa contemporánea.

En el centro de la ciudad de Mérida, las tiendas de artesanías venden rebozos para cada gusto, de todos los estilos. Los precios dependen del tipo de tela, tamaños, etc. Por cierto que los tamaños van desde 2.5 metro de largo a 3.5 metros de largo. Y las anchuras son de 1 metro a 1.5 metros, aunque cambia dependiendo del estilo que quieran lograr las tejedoras.

A pesar de que su uso no es tan popularizado como en otras épocas, el rebozo ha permanecido todo este tiempo como un legado producto del choque cultural entre los europeos y los indígenas americanos. Y por su belleza estética, seguramente prevalecerá como accesorio elegante para las mexicanas y extranjeras que gustan de esta pieza.